Amores imposibles, malvados de opereta, héroes resplandecientes, niñas ingenuas, mujeres fatales; el Bien y el Mal en su emisora favorita.
El título “Mamarrachito Mío” alude a un clásico de amor en la radio criolla. Oscar Casco, un galán de los años ’40, recio, varonil, tierno pero sin flaquezas, y en lo posible peinado a la gomina, se caracterizó por su voz grave y seductora.
En la otra punta, el Mal. Con un arquetipo: “Fachenzo el maldito”, nombre con el cual se identificaba el radioteatro. Malo hasta la desesperación. Tan cruel, tan miserable, tan ruin, que más de una vez, en los pueblos de la Provincia de Buenos Aires, durante las giras de los elencos, el actor que lo encarnaba tuvo que huir de la ira del público que lo esperaba en la puerta del teatro para darle una paliza.
El género dio para todo. Hubo madres desgarradas y sufrientes. Amantes que hicieron palidecer a Romeo y Julieta, pero sin los versos de Shakespeare. Héroes y heroínas de la historia y del mundo. Así desfilaban tanto María Estuardo como Napoleón Bonaparte.
Del otro lado, risas y lágrimas. Y mucho suspenso, aunque el final fuera tan conocido como invariable: el muchacho se quedaba con la chica, y el villano las pagaba muy caro.
El título “Mamarrachito Mío” alude a un clásico de amor en la radio criolla. Oscar Casco, un galán de los años ’40, recio, varonil, tierno pero sin flaquezas, y en lo posible peinado a la gomina, se caracterizó por su voz grave y seductora.
En la otra punta, el Mal. Con un arquetipo: “Fachenzo el maldito”, nombre con el cual se identificaba el radioteatro. Malo hasta la desesperación. Tan cruel, tan miserable, tan ruin, que más de una vez, en los pueblos de la Provincia de Buenos Aires, durante las giras de los elencos, el actor que lo encarnaba tuvo que huir de la ira del público que lo esperaba en la puerta del teatro para darle una paliza.
El género dio para todo. Hubo madres desgarradas y sufrientes. Amantes que hicieron palidecer a Romeo y Julieta, pero sin los versos de Shakespeare. Héroes y heroínas de la historia y del mundo. Así desfilaban tanto María Estuardo como Napoleón Bonaparte.
Del otro lado, risas y lágrimas. Y mucho suspenso, aunque el final fuera tan conocido como invariable: el muchacho se quedaba con la chica, y el villano las pagaba muy caro.
Ivana Freije
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