miércoles, 7 de julio de 2010

Una vieja loca

Todo comenzó con un movimiento extremo: el de mover a la abuela. Gonzalo le dijo a su hermano: “si no me ayudás, la abuela se cae”. “Nunca se cayó la abuela”, le dijo su hermano, “no se cayó de caerse ni se calló de callarse”, agregó, y Gonzalo le dijo: “sí, en eso tenés razón, si hay alguien que nunca cierra la boca en esta casa es esta maldita vieja”. “Es una cuestión generacional Gonzalo, nunca lo vas a entender... la generación de la abuela tenía una necesidad permanente de decir, porque de chicos y de jóvenes nunca los escucharon, ¿entendés?”, dijo el hermano de Gonzalo con tono de sociólogo que está hablando estupideces calificadas en el programa de Chiche Gelblung, o en el de Majul, o en cualquiera de los dos a la vez. Y Gonzalo, que escuchaba atentamente aquellas palabras como si fuera a recibir luz, de la más pura, de esa luz que no se paga al doble de caro. Le dijo a su hermano: “no hables idioteces por favor nene... si hay generación que realmente está desoída, esa es la nuestra, y sin embargo no estamos todo el día llenando el aire con palabras estúpidas. Así que la próxima vez que tengas una respuesta rápida y vacía como la que acabás de darme, pensalo de nuevo, y luego no hables”.
El hermano de Gonzalo se ofendió y soltó uno de los brazos de la abuela, y la mano fue a dar al piso. “Cuidado, que la vieja se desarma”, dijo Gonzalo. “Más cuidado tendrías que tener vos conmigo, le dijo el hermano, que me disparás con comentarios desvergonzados como el que acabás de hacer y después pierdo como tres sesiones con el psicólogo explicando por qué soy un narciso compulsivo y ególatra, o por qué siempre tengo respuestas pseudo cultas para todo y por qué nunca dejaré pasar la oportunidad de intentar demostrar cada cosa que digo, todo a causa de una inseguridad constante que me carcome la cabeza y me convierte en un ser inestable”. El hermano de Gonzalo se ofendió y soltó el otro brazo de la abuela, que -al golpear de lleno contra la punta de la escalera- dejó escapar un gemido más parecido a un Augh que a un oufff.
Gonzalo se puso nervioso y le empezó a gritar a su hermano: “pará, vení, adonde te crees que vas... Vení a ayudarme con esta vieja, no ves que yo solo no puedo con este armatoste”. La viejita se reincorporó a la velocidad de la luz y sentándose como pudo en la escalera gritó: “¡bueno paren mocosos de porquería... que estoy vieja, pero todavía entiendo perfectamente de que están hablando!”, y mientras decía esto, le pellizcaba el brazo a Gonzalo con toda la fuerza que sus dedos flaquitos podían sacar en torniquete. Y Gonzalo pegaba un grito tremendo y soltaba a la vieja, mirando rojo del dolor como la señora rodaba escaleras abajo al grito de ay, uy, aug, auch, y así hasta el infinito.
“¿Viste?, las generaciones precedentes son un peso que siempre están a punto de rodar cuesta abajo hasta perderse en las sombras del presente”, dijo el hermano de Gonzalo desde la punta superior de la escalera. “¡Callate mocoso de porquería”, le dijo la vieja con la cabeza hacia abajo y las patas hacia arriba, desde allá abajo, desde el fondo de la escalera: “¿no te das cuenta de que el psicólogo te lo pago yo, mocoso enfermo y compulsivo?”. El hermano de Gonzalo se fue lloriqueando como un chiquito de cinco años a su pieza y puso un tema de Sabina a todo lo que da. “Gonzalito, ¿me bajás la silla mi amor?”. “Si, ¿cómo no abuela?” dijo Gonzalo, pensando seriamente en cómo encontrar un destornillador para aflojarle las ruedas a la silla sin que la viejita se diera cuenta en lo más mínimo...


Ivana Freije

1 comentario:

  1. my garcioso pero mas q gracioso es recomendable he de recomendar este blogg

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